Contraindicaciones Ya días miro el agua de tus ojos atrapados en el silencio, no me dices nada, te quedas calladita, entiendo que sea el frío de la noche, a veces pienso que la tarde se fuma el vuelo de esos pájaros que se posan en la ventana oxidada, no hago más que verlos, aletean, van y vienen, los pajarracos esos, son la reencarnación de alguien, vamos a otra vida cuando morimos, eso nadie lo sabe, es una convicción que uno lleva adentro sembrada en los surcos del corazón, sé que me escuchas y entiendes mis jeringosa, hablo para que el viento deje de estar jediéndome la vida, silba sonando la puerta, a la soledad le visitan otros seres, no sé, debes saber madre que no estamos solo en el mundo, o si, en verdad estamos más abandonados que a saber quién, perdona mi delirium tremens, deben ser las pastillas esas que me ayudan a controlar el sueño y a mantenerme como esos zombis de la tele, a sostenerme despierta antes los antifaces del mundo.
Enseguida, se dirigió con celeridad hasta la sala estrecha de la casa: sobre la mesa torneada y curtida por el tiempo, ahí acostumbraba a comer, pausó los pasos alocados y colocó la lumbrera que, tenuemente disipó las tinieblas que cubrían el espacio de la casona, luego, en instantes se acomodó en la cama para hundirse en los sueños de Morfeo.
El Silencio del Reloj El viejo reloj, testigo desnudo de la despedida, refleja la ausencia en su cristal empañado.
Mientras mi procesador ejecuta millones de cálculos por segundo, una pregunta se viraliza en mi fuente de datos, un error en la matriz de mi código: ¿Puede una ecuación saborear el ocaso como un Van Gogh sangrando en el lienzo del cielo?
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