Hay algo de mi sombra en tu sombra, hay algo de mi sueño en tu sueño, hay algo de mi frío en tu invierno. (Carmen Naranjo)
Grisáceos nubarrones
derramados en acuosas claridades
de paisajes nocturnales.
Denso y enternecido
gorrión mojado
estremece la existencia
en la rama donde reposa.
Nada entibia los segundos,
nada enfoguece mis manos.
Entumecido y congelado
invierno interminable,
así discurres, imponente,
en el albor de relojes
de un iglú fallecido.
Atardecidos colores
presagian tempestades,
en su póstumo suspiro
oscurece despacio nuestra playa.
Mustios recuerdos se derriban
como claveles deshojados.
Enturbian mis ojos
palideciendo la discreta mirada.
Desquicio
al borde de tu último latido
y el trinar de pajarillos
provoca vértigo tras el precipicio.
Recuerdos punzantes
como un tsunami en el presagio,
y el crepúsculo entre escombros
se yergue triunfante ante la nostalgia.
Rumores atardecidos
de tormentas precipitadas
en las vastas oscuridades.
Nunca entendimos el por qué
de agujeros negros
por donde escapa la vida,
ni esas escenas suicidas
donde los rayos del sol se enlutan.
No entendimos el por qué
de miradas apagadas por el dolor
ni el adiós intempestivo
que vistió de amargura al arrebol.
Desde la fría incertidumbre
llegan ateridas a la memoria
como preguntas que se extravían
en la secreta bruma del silencio.
No hay nada peor
que vagar entre la niebla
Esa realidad:
no alcanzo a mirar mis manos,
todo desaparece.
Pasos se hunden entre vidrios rotos
y los árboles parecen angustiados
y solos.
Todo parece:
una foto antigua
borrada por el tiempo.
La soledad se catapulta,
y la confusión planta grilletes a la risa.
No hay nada peor
que vagar entre la niebla
terriblemente solos.
En arenas movedizas he caído,
se hunden los cimientos
y las columnas se desploman.
Prisionero del pesimismo (de tragedias),
convaleciente en ruinas,
soy naufrago de la indomable rutina.
Campos minados he cruzado,
perdí la calma
y mis huellas dactilares.
Caí en la impaciencia,
ahora mismo estoy furioso,
hasta desconocerme sin límites.
He tirado todas las cuerdas,
y retumbado entre todas las tinajas,
en ningún espacio encuentro asidero.
Atrapado sigo en las arenas movedizas,
desesperado, hundiéndome,
sin tocar fondo todavía.
Desde un espacio maleable,
observo la precipitada tormenta,
las calles son riachuelos,
y los segundos en zozobra.
Todo es un caos reiterativo de simple asecho,
las techumbres como veletas se mecen tras el viento.
El luto enmudece a todos en la cuadra,
cinco cuerpos entre el derrumbe, rescatados.
Las escenas desgarradoras de llanto colectivo,
furor de tragedia,
inevitablemente nos hunde despacio.
Desigualdad aunada en estos lares
habitan el borde de ríos,
en la cima de laderas,
donde súbitamente
la razón y la locura se abalanzan silenciosos.
Es de noche, todo se desploma,
la penumbra es un manto pesado.
Violentamente, somos arrebatados,
por las garras acuáticas del vacío.
Fui orillándome al silencio,
en busca de una salida.
La oscuridad provoca una hecatombe.
Entre un barullo
atravieso íngrimos caminos.
Sus fantasmas y miedos sin descanso me persiguen.
La amistad es un embuste,
es una falacia en su lujo montaje.
Todos han huido,
la dificultad no tiene amigos.
Cruenta soledad y está odisea terrible,
mi corazón se transforma en una isla,
totalmente enmarañada.
¿Sumergirse en sus aguas de océano inexistente?
¿Se han evaporado?
¿Cómo llegar a la felicidad?
¿Sería a través de cerrojos de semáforos infelices,
que aun restringen
sus puertas de luciérnagas eléctricas?
¿Encontrar reposo en el espectro
de pájaros muertos,
donde antojadizos vendavales de cibernéticos besos
estremecen mi barca sin satélite ni señal?
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