(A manera de introducción)
En los recónditos caminos del oscuro y lúgubre barrio, vagaba sin destino, confundido y perdido. De repente, el destino me llevó hacia una princesa de radiantes ojos verdes, cuya presencia despertó mi curiosidad. Aunque sabía que debía proceder con precaución, mi ávido interés por ella me cautivó. Su figura estaba envuelta en un abrigo que emulaba la elegancia de un ciervo, mientras sus rizos castaños se deslizaban con indiferencia sobre sus hombros. Pero al observarla detalladamente, una sensación de pánico se apoderó de mí; su piel brillaba con un resplandor sobrenatural, comparable al del cuero de un lobo. Sus movimientos gráciles denotaban la agilidad propia de un felino. Era un ser atemporal, un ser sobrenatural. Mi asombro me paralizó y mi deseo de acercarme a ella disminuyó con cada momento que pasaba. Mientras mi mente resonaba con pensamientos confusos, intenté descifrar el enigma que se presentaba ante mí. Pero mi sorpresa e incredulidad marchitaban mis pálidas mejillas mientras observaba. En aquel lugar, se congregaban más de diez individuos, cada uno dotado con un poder único, una habilidad peculiar que los hacía sobresalir y realizar actos inimaginables para otros seres. Entre ellos había hombres y mujeres de todas las edades, todos con algo extraordinario. Eran casi divinos, como si estuvieran imbuidos con los elementos más puros de la biología; algunos poseían alas, otros habían tomado la forma de animales. Había quienes podían curar y otros que manipulaban la magia; incluso algunos habían sido víctimas de terribles dolencias que los transformaron en seres monstruosos. Un insaciable deseo me consumía, pero al mismo tiempo, un miedo palpitante latía en mi pecho al enfrentar el enigma que se desplegaba ante mí. Estaba aterrado, pero a su vez, me reconfortaba al notar que incluso estas criaturas también eran vulnerables.
En un solemne andar, acudí hacia la seductora mujer de rasgos felinos, cautivado por su singularidad. Con una serena mirada, ella me recibió y con una espléndida sonrisa, susurró palabras desconocidas al principio: 'Somos seres de diferentes linajes, unidos por una búsqueda común: aquello que nos hace únicos'. Mi espíritu se impregnó del misterio que rodeaba a estas especies excepcionales que habían captado mi atención. Juntos recorrimos las calles de la ciudad, donde pude percibir en ellos el sufrimiento, las lágrimas y la lucha contra el ineludible destino. A pesar de sus adversidades, demostraban una firme fortaleza en busca de respuestas. Al final de aquella noche, ahogado por la desesperación, les cuestioné acerca del origen de su peculiar condición, a lo que respondieron con una sonrisa: 'Desconocemos el motivo, pero sí sabemos que estamos más vivos, conectados y unidos que nunca. He aquí la belleza de nuestra singularidad. Nuestra misión es encontrar respuestas, pero ya hemos encontrado un propósito. Venimos a este mundo para compartir nuestras habilidades inigualables con el resto'. Cerré los ojos y me dejé llevar por sus palabras. Había encontrado mi verdadera razón de ser: ser su portavoz en la búsqueda por alcanzar sus sueños. Mi propósito era forjar un mañana próspero para esta legendaria y extraordinaria estirpe de seres humanos.
Aquiles, había sido concebido de forma única, con un clivaje que dividía su torso en dos: una sección vigorosa, ricamente provista de músculos y la otra: inerte y carente de cualquier fibra. Sus extremidades, tanto superiores como inferiores, seguían el mismo patrón: mientras que su lado diestro ostentaba carne viva que engalana sus miembros, su lado siniestro adoptaba la forma de huesos desnudos. A pesar de esta notable fisura entre ambas partes, a través de los insumisos orbes de Aquiles, la simetría se ha roto: un zafiro y un ónix, como si fueran las luces del crepúsculo y la medianoche destella dentro de una única envoltura corporal.
Conforme el tiempo pasaba, la separación entre ambas mitades se tornaba más profunda. La mitad derecha continuaba en aumento, discretamente, semana tras semana, como si nada ocurriera, vistiendo su carnalidad de forma uniforme. Entre tanto, su parte izquierda se marchitaba y degeneraba. Su excentricidad era recurrente objeto de burla e incomprensión, incluso de alienación.
Aquiles presentaba una singularidad aún más asombrosa. En la parte superior derecha del cráneo, su melena florecía y ondeaba con la brisa, exhibiendo un tono de ébano intachable que pronto habría de perder su intensidad. En cambio, en la parte izquierda, su cabellera jamás había crecido, conforma una estructura ósea de belleza lacerante. Además, calzaba membranas interdigitales, semejantes a las patas de un lacertiliano.
En verdad, Aquiles había sabido forjarse un lugar en el mundo. Se había transformado en más que una monstruosidad: era el mensajero de todos aquellos que no encontraban su sitio en la normalidad, el portador de una peculiaridad fascinante que rendía visita a los más desprotegidos de la humanidad y su libertad. Aquiles vivía en estado óptimo de su personificación, su propio universo se bifurca con la misma vitalidad con la que su corporalidad había sido gestada en dos mundos distintos.
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