El psicoexistencialismo de Abel Sánchez en el Paraíso Moderno de Miguel de Unamuno
Parte .1.
En toda obra literaria, sus vinculaciones sociales, emergen fronterizas entre el sustrato de la forma y la forma del contenido. El rigor teórico, de permitir con osadía que la obra literaria nace y es insertada en el seno de la sociedad. Quizás la decadencia de la novela española en el siglo XIX, y su ironía fina, de tener la cuna de la obra de Don Quijote como la partida de nacimiento de la novela contemporánea. Posiblemente los ingleses hayan aprendido de esta enorme obra literaria.
Al igual que los alemanes, la novela adquiere el vuelco de la epopeya, el traslado, de la mentalidad individual de la novela romántica alemana de Goethe y de las hidalguías críticas de Hölderlin, Schilling, de ver que la poesía se estaba sobreponiendo sobre la novela, de ahí adviene la crisis de la novela, ocurre una agotamiento, excepto con las novelas de Galdós, que supura la historia y relega a la novela al vasallaje de la crónica, contrario a Pio Baroja, de Unamuno hasta pasar por Sánchez Ferlosio. En el siglo XX la novela va adquiriendo una evolución acelerada y masiva en todos los países europeos y latinoamericanos con la aparición de las vanguardias.
Camus, Sartre, Mann, Hesse, Herman Bahr , Joyce , James, entre muchos que rompen con los esquemas de la novela.
En este sentido, el alargue proteico que recae en la palabra misma que inquiere y aborda al lenguaje mismo a marcar la grieta poética, el sello existencial, el sentido absurdo, y la huella ontológica de la producción novelesca unamuniana. Unamuno, inmiscuye un aparato filosófico que entraña la voz introspectiva que evoca el submundo de la conciencia misma, y soslaya el ente del contrario, de la nitidez paradójica, porque Unamuno poseído por el acto creador absoluto pone a disposición el protagonismo al villano, y extrae un personaje, que lo expone a la sedimentación del mundo, donde las cosas mismas asumen su desaparición y aparece el tentáculo crucial del escepticismo desembocado en el fondo existencial, y el estoicismo al mismo tiempo adquiere el brío semántico. Porque en el caso que nos ocupa; Miguel de Unamuno escribió “Abel Sánchez: Una historia de pasión” en el año 1917 (la segunda edición en 1928), aproximadamente en mitad de su carrera como novelista: la influencia de las leyendas bíblicas en la obra “Abel Sánchez: una historia de pasión” de miguel de Unamuno, según Marianne-Liis Käärid (2013) había publicado sus primeras novelas hacia finales de siglo, (“Paz en la guerra” en 1895 y “Amor y pedagogía” en 1902); una de sus obras maestras, “Niebla” se publicó sólo tres años antes, en 1914 y todavía iba a escribir otras novelas importantes en los años siguientes: “La Tía Tula” (1921) y “San Manuel Bueno, mártir” (1930). Por tanto se puede decir que al crear “Abel Sánchez”, Unamuno ya tiene un estilo novelesco muy personal ,lo que él llamaba “nivolas”, en otras palabras, novelas que se evaden del realismo del siglo XIX y “al evitar referencias a tiempo y lugar específico”; al crear (deliberadamente) personajes planos definidos por ciertas cualidades que se mantienen de principio a fin; y al dar importancia al tratamiento de una idea en vez de la forma estética, por la que la idea está desarrollada”. (Isasi, 2010). Aunque no estoy de acuerdo que sean personajes planos, al contrario, son personajes complejos, que ahondan en la psiquis humana en estratos filosóficos que ahondan en la conciencia del sujeto del siglo XIX y XX.
Cada personaje creado, está vinculado a pasiones que se expanden en galaxias interiores, en conflictos de fe y de posiciones paradójicas que golpean el ser. La visión narrativa de Unamuno, esta condensado en un “hacer”, digamos, en un “hacer filosofía”, vitalicia, sobre la existencia y sus pesares, donde acude a ciertos tramos psicológicos y metafísicos que ostentan la opacidad del lenguaje desde el pensamiento, en otras palabras, novelar es hacer filosofía para insertarse en el mundo o en la mundanidad, piensa que estamos arrojados al destino, sometidos a la libertad humana contra el humano mismo.
En “Abel Sánchez”, se sustancia de dos personajes opuestos, que tienen una filogénesis en la teología bíblica[1] del edén, entre Caín y Abel. Se trasuda un universo de emociones, tanto el odio, la envidia, el fratricidio y la traición. Esos rasgos míticos definen a la novela unamuniana para reflejar como en un espejo la realidad autobiográfica del ser humano desde su origen mismo. Aunque en su prólogo, Unamuno declara que “yo no he sacado mis ficciones novelescas - o nivolescas - de libros, sino de la vida social que siento y sufro - y gozo - en tomo mío y de mi propia vida” (Unamuno, 1989).
La primera y más obvia identificación es de Joaquín con Caín, conocido como el asesino de su hermano por envidia. Teniendo en cuenta la Biblia y la adaptación de lord Byron, Unamuno explora la relación complicada entre Abel (quien desde niño tiene éxito y es admirado por todos) y Joaquín (es decir, la deformación obvia de Caín), – su mejor amigo, prácticamente hermano, y al mismo tiempo el enemigo más envidioso – desde el punto de vista de Joaquín quien es consciente de su pecado a lo largo de toda novela. Hay que notar que Unamuno añade al tema elemental de la rivalidad fraternal la dimensión más compleja del problema de la personalidad que para el autor significa una lucha entre el lado claro y oscuro de la psique humana (Jurkevic, 1990). Por otro lado, es importante el concepto de «Nivola», que viene a ser el neologismo propuesto por Unamuno, y que empleó para presentar un nuevo género literario, que debía ser alejado de la novela convencional o tradicional. Pues bajo este término, desarrolla inquietamente, en forma de un relato ficcional, el concepto de «realidad íntima» que es su propia forma de entender y aprehender la realidad, que es contraria a toda corriente racionalista.
Con esta invención, lógicamente pretendió burlarse de la crítica, de los editores o del lector que entendía la novela exclusivamente bajo las directrices de la novela realista, que trató de difuminarla orientándola a otros vertederos creativos. Según Unamuno, una obra no se crea en un único acto por un único autor, sino que es una creación resultante de la participación de varios autores en momentos diferentes, dicho de otra manera; se trata de una coautoría o autoría compartida. Sin embargo, en el sentido epistémico, Unamuno, exige un conocimiento del mundo, de lo sensible, que atraviesa la mirada de la conciencia subsumida por el sueño y la vigilia, por el sometimiento y la egolatría. Por eso Joaquín y Abel, conforman una disyunción que entrevé un mundo decaído aparentemente, de dos polos opuestos, que se catalizan y se batallan hasta el cansancio especular y filosófico.
Quien es el perseguido, y quien es el perseguidor, quien es el culpable y quien es el inocente, por ello, la novela, se aúna a dos vertientes energéticas que ahondan en los manantiales del ego, alimentado e insuflado por la metafísica primitiva, quien ese el consentido de Dios, de hecho, se sobrentiende, que es Abel, y Unamuno, se ubica del lado contrario de Dios, pone a Caín, como la víctima, y justifica el acto de matar como un sentido de salvación. En 'Abel Sánchez', Unamuno toma partido por el "malo", al que redime de su generalizada condena. Lo declara contundentemente en el prólogo a la segunda edición de su novela: "La envidia que yo traté de mostrar en el alma de mi Joaquín Monegro es una envidia trágica, una envidia que se defiende, una envidia que podría llamarse angélical [...].
En Abel Sánchez. Una historia de pasión aúna Miguel de Unamuno, digamos, la tragedia griega, el fratricidio bíblico en cuantía y el auto sacramental barroco que irrumpe. Con ello, compone, ajusta y levanta el edificio arquitectónico de una novela expresionista conmovedora, digamos, experimental, fenomenológica, el dassein, el logos, el escriptum, el carpediem existencial, la fe en desvarío, la desconstrucción del ser, el estoicismo degradado, el escepticismo ateísta, y la fe en decadencia, son los puntos claves en que debemos interpretar la novela Abel Sánchez de Miguel de Unamuno.
Llegando a excavar los pozos más recónditos del alma de Joaquín Monegro-Caín, eso nos invita a conocer sin tapujos, sin engolamientos, su calvario, su vía crucis, su caída, y los secretos discretos mejor guardados en la caja de pandora de una ciudad de provincias, aquellos que solamente un médico de cabecera como los de antaño puede atisbar. Paradójicamente, ese sabio y culto personaje, autoridad máxima en el Casino, intelectual y escritor, asiste impotente a su propia e injusta humillación. La automutilación o el hará-kiri, de los japoneses. El clamor lleno de dolor, la colopatía peligrosa, la envidia rebosa y el odio se enfila con la espina mas venenosa de una amistad que se adquiere desde la niñez, entre Abel y Joaquín, sin dejar de lado, la causa existencial que apaga el motor cardiaco de toda pasión, el arrebato de la mujer que se ama, es la manzana de la discordia, sustancialmente, detrás de las esferas de esta pasión, se despierta la voluntad del aniquilamiento y esto agranda la tragedia del héroe, diría, antihéroe, Joaquín, viene a ser la metamorfosis del nuevo Caín moderno, porque Abel muere en sus manos, no hay vuelta de hoja del destino, es el resentimiento y el odio, que entre la apariencia y esencia, se conjugan de forma latente y sin piedad.
Como sabemos, esta novela tiene una filogénesis y referente literario: el Génesis bíblico, la intertextualidad es válida, al que hay que añadir el Paraíso perdido de Milton y, sobre todo, el poema Caín, de Lord Byron. El mérito y acierto literario de Unamuno radica en haber actualizado ese mito primigenio sin empañar su trascendencia; en haber logrado expresar lo permanente en lo cotidiano, lo inactual en lo habitual: la intensidad de un sentimiento que nos sobrepasa y que desborda la historia para intuir algo previo a ella. Lo que se nos muestra es lo actual, la historia: la de las relaciones entre su protagonista, Joaquín Monegro, y quien da título al libro: Abel Sánchez; pero, sobre todo, el fondo lóbrego y desolado de aquél. Lo evocado es el mito que contiene la parte más oscura de la condición humana, así lo expresa Lozano[2] (2012).
Especialmente porque su esfuerzo por reflexionar sobre la relación existente entre la literatura y la filosofía (y especialmente sobre el papel de la novela como forma de conocimiento), no aparecerá nunca bajo la forma de alguna meditación vertida en un tratado o ensayo sistemático. Será más bien a través de la misma estructura dialógica de sus novelas que pondrá en boca de sus personajes lo que piensa sobre la novela (así como a través de los prólogos o epílogos que escribe a sus propias obras).
En virtud de lo anterior, cuando el filósofo español reflexiona sobre la escritura de la novela, lo hace considerando tanto el agotamiento del positivismo como la superación del estilo narrativo del realismo naturalista que había dominado el panorama literario a finales del siglo XIX.Por lo tanto, el análisis unamuniano también debe abordar la historia del pensamiento, la literatura y el novelismo, desafiando algunas convenciones de género que alguna vez fueron suficientes para abordar preguntas e inquietudes relacionadas con el mundo de la vida interior en una era en la que era fundamental en la reflexión del propio ser. La voluntad y el (re)sentimiento son propios del agonista y del concepto de «todo un hombre» u «hombre de carne y hueso» que lo acompaña, ya que ambas son cualidades que, según Unamuno, tiene el hombre genuino. Joaquín, héroe y antihéroe en Abel Sánchez, se muestra como «todo un hombre» dado que sus celos y su deseo de inmortalidad son una fuente de dolor para él, en contraposición a Abel, quien representa solo el medio a través del cual se manifiesta su talento artístico. A diferencia de Joaquín, Abel no es un hombre genuino ya que carece de voluntad.
De esta forma, Unamuno se suma a novelistas españoles como Pérez Galdós, Pardo Bazán y Clarín, quienes a finales del siglo XIX habían entrado ya en una etapa de escritura espiritualista, (Garrido Ardila, 2013: 552). Para Miguel de Unamuno, la filosofía misma es una novela, porque tiene una naturaleza indagatoria. La igualdad de planos entre la novela y la existencia permite destacar el hecho de que novelar es poetizar según la experiencia individual y diversa de vivir.
Se trata de algún modo de leer lo ilegible, leer aquello que sólo puede ser descifrado en la escritura, es decir, mediante una lectura que se vuelve escritura. Pero leer no es atravesar las marcas en dirección al sentido o al significado o al autor o al contexto socio-político. Por ello, editorial Cravel, renueva una edición especial, donde trasmuta una valoración eterna de la literatura universal, Unamuno, es un baluarte de las letras hispanas y porque no decir, del mundo. Sin olvidar, que la escritura escribe lo imposible, testimonia una y otra vez esa distancia, así como guarda en el recuerdo lo inolvidable.
[1][1] La influencia de las leyendas bíblicas en la obra “Abel Sánchez: una historia de pasión” de miguel de Unamuno. Autora: Marianne-Liis Käärid. 2013.
[2] Abel Sánchez, de Miguel de Unamuno, o la intensidad Por Miguel Ángel Lozano Marco. 2012.
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