Pirómano
MELVIN SALGADO
NOVELA
Gabriel tirado sobre la planicie de la cama king size; donde totalmente el agua salada que emanaba el cuerpo se revestía en la superficie del cubre colchón de juegos florales, con tonos azules eléctricos.
Despertó de súbito con una mirada de sumbie y apresurado apretó suavemente el interruptor marfilado en la costra de la pared color hueso, aunque la bombilla de la estrecha habitación no encendió. Todo quedó en penumbras, el calor se dispersó sofocante y el silencio fue abrumado ante el respiro acelerado. Caviló trastornado, y a tientas con pasos sinuosos, se dirigió a la cocina. Extrajo de una de las gavetas del blanco chifonier de madera; donde su madre guardaba las candelas y los fósforos: gato negro.
Tanteó a ciegas, sus pequeñas manos palparon la textura metálica: el Revólver compacto S&W 60,pertenece a su padre.
Un cúmulo de flashes en instantes surgieron en la pantalla de su mente: aquel día, cuando su progenitor, le enseñó a disparar tiro al blanco, con la táctica de bloqueo hombro-codo-muñeca.
De repente, un impreciso ruido proveniente de la habitación, donde dormía su mamá, lo hizo retornar a la realidad.
Buscó apresurado, en la gaveta del costado derecho y encontró los cerillos. Surgió una nube enllamada diminuta en la hebra enterrada en la barra de espelmada vela. Enseguida, se dirigió con celeridad hasta la sala estrecha de la casa: sobre la mesa torneada y curtida por el tiempo, ahí acostumbraba a comer, pausó los pasos alocados y colocó la lumbrera que, tenuemente disipó las tinieblas que cubrían el espacio de la casona, luego, en instantes se acomodó en la cama para hundirse en los sueños de Morfeo.
Rafael, no lo soportó, se derrumbó fríamente sobre sus rodillas como torciéndose el peroné inmutado en la llanura de propulsión a chorros del llanto, amargamente, restregó sus miradas ante el catastrófico y dantesco escenario.
Daniel Linares: amigo más cercano, se abalanzó sobre él con agilidad de un canino corriendo sobre veredas y en un abrazo enternecedor lo atenazó como el efecto de un superhéroe de televisión.
—¿Qué voy hacer Daniel?, ¿Qué voy hacer? — interpelaba Rafael, dándose golpes, con sus manos cerradas, en ambos costados de su cabeza.
—¡Laura y mi hijo no se merecen esto! No, ellos no, exclamó gutural con el gaznate demolido por el zumbido de gritos que flameaban en sonidos distorsionados hasta tocar las arterias del aire.
—¡Lo vas a superar! —eran las palabras de Daniel, intentando calmarlo.
¡Noo, no, noo!, ¿Por qué a mí?, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Cómo pudo suceder?
Los gritos desgarradores provenían de la mayor angustia desesperada, que un ser humano puede experimentar ante el desahucio que la vida agoniza y la fe tambalea. Así resonaban ecos nocturnos, en un inmisericorde dolor que desequilibraba los nervios lumbares, a Rafael: fue una certera estocada en la yugular, y un golpe en el corazón.
Algunas chispas originadas de un choque de cables deshilachados y mordidos por las ratas que vagabundean en las alcantarillas, o construyen sus madrigueras en las oscuras y tenues andamios de la casa: vuelven a corretear con sus escuálidas salivas, torciéndose en migajas dispersas por los platos de la mesa torneada, o del chinero blanco de espejuelos quebrados. Una escena que rumia el fuego en su babor de llamas, en rosetones que desprenden a velocidad, cada tejido de madera discurre extendiéndose como una mano invisible sobre las paredes, extermina todo, hasta reducir el espacio a cenizas y brasas candentes. Saliendo como un zombi de entre el decrepito efecto de la flama, iluminándose burlonamente, ese mundo donde la humedad, el caos y la humareda, reinaban.
Algunas chispas originadas de un choque de cables deshilachados y mordidos por las ratas que vagabundean en las alcantarillas o construyen sus madrigueras en las oscuras y tenues andamios de la casa, vuelven a corretear con sus escuálidas salivas torciéndose en migajas dispersas por los platos de la mesa torneada o del chinero blanco de espejuelos quebrados.
Una escena que rumia el fuego en su babor de llamas en rosetones que desprenden a velocidad cada tejido de madera discurre extendiéndose como una mano invisible sobre las paredes, extermina todo, hasta reducir el espacio a cenizas y brasas cadentes. Saliendo como un zombi de entre las brasas, iluminándose, burlonamente, ese mundo donde la humedad, el caos y la humareda, reinaban.
Rafael no resistió más; perdiendo la conciencia cayó, totalmente desplomado, sobre el suelo mojado.
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