LAS FLORES DEL MAL/CHARLES BAUDELAIRE

|


Elevación

Por encima de los lagos, por encima de los valles,

De las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares, Allende el sol, allende lo etéreo,

Allende los confines de las esferas estrelladas,

Mi espíritu, tú me mueves con agilidad,

Y, como un buen nadador que desfallece en la onda,

Tú surcas alegremente la inmensidad profunda

Con una indecible y mácula voluptuosidad.

¡Vuela muy lejos de esas miasmas mórbidas,

 Ve a purificarte en el aire superior,

Y bebe, como un puro y divino licor,

La luminosidad que colma los espacios límpidos!

Detrás del tedio y los grandes pesares

Que abruman con su peso la existencia brumosa,

 Dichoso aquel que puede con ala vigorosa

Arrojarse hacia los campos luminosos y serenos;

¡Aquel cuyos pensamientos, cual alondras,

Hacia los cielos matutinos tienden un libre vuelo!

¡Que se cierna sobre la vida, y alcance sin esfuerzo

El lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

Correspondencias

La Natura es un templo donde vividos pilares

 Dejan, a veces, brotar confusas palabras;

El hombre pasa a través de bosques de símbolos que lo observan con miradas familiares.

Como prolongados ecos que de lejos se confunden

En una tenebrosa y profunda unidad,

Vasta como la noche y como la claridad,

Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carnes de niños,

Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,

 Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

Que tienen la expansión de cosas infinitas,

Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,

Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

(Yo amo el recuerdo… )

Yo amo el recuerdo de esas épocas desnudas,

 En qué Febo se complacía en dorar las estatuas,

 Cuando el hombre y la mujer en su agilidad

Gozaban sin mentira y sin ansiedad,

Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,

Desplegaban la salud de su noble máquina.

Cibeles, entonces, fértil en frutos generosos,

 No estimaba sus redes un peso muy oneroso,

Pero, loba de corazón henchido de ternuras vulgares, Amamantaba al universo con sus pezones morenos.

El hombre, elegante, robusto y fuerte, tenía el derecho

De mostrarse orgulloso de las beldades que le llamaban su rey;

¡Frutos puros de todo ultraje y vírgenes de grietas,

Cuya carne lisa y firme atraía las mordeduras!

El Poeta actualmente, cuando quiere concebir

Estas nativas grandezas, en los lugares donde se dejan ver

La desnudez del hombre y de la mujer,

Siente un frío tenebroso envolver su alma

Ante este negro cuadro lleno de espanto.

¡Oh, monstruosidades llorando su vestimenta!

¡Oh, ridículos troncos! ¡torsos dignos de máscaras!

¡Oh, pobres cuerpos retorcidos, flacos, ventrudos o fláccidos, Que el dios Utilitario, implacable y sereno,

Niños, los fajó en sus pañales de bronce!

¡Y vosotras, mujeres, ¡ah!, pálidas cual cirios

Que roe y que nutre el libertinaje, y vosotras, vírgenes,

 Del vicio materno arrastrando la herencia.

Y todas las fealdades de la fecundidad!

Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas,

 De los pueblos antiguos, bellezas ignoradas:

Rostros corroídos por los chancros del corazón,

Y como quien diría bellezas de la languidez,

Pero estas invenciones de nuestras musas tardías

No impedirán jamás a las razas enfermizas

Rendir a la juventud un homenaje profundo,

—¡A la santa juventud, al aire simple, a la dulce frente,

 A la mirada límpida y clara como un agua corriente,

Y que va derramando sobre todo, indiferente

Como el azul del cielo, los pájaros y las flores,

 Sus perfumes, sus cánticos y sus dulces colores!

Los faros

Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,

Almohada de carne fresca donde no se puede amar,

Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar,

Como el aire en el cielo y la mar en el mar;

Leonardo da Vinci, espejo profundo y sombrío,

 Donde los ángeles encantadores, con dulce sonrisa

Toda llena de misterio, aparecen en la sombra

De los ventisqueros y los pinos que cierran su paisaje;

Rembrandt, triste hospital lleno de murmullos,

 Y por un gran crucifijo decorado solamente,

Donde la plegaria llorosa se exhala de las inmundicias,

 Y de un rayo invernal atravesado bruscamente;

Miguel Ángel, lugar impreciso do vénse los Hércules

 Mezclarse a los Cristos, y elevarse muy erguidos

Fantasmas pujantes que en los crepúsculos Desgarran su sudario estirando sus dedos;

Cóleras de boxeador, impudicias de fauno,

Tú que supiste recoger la belleza de los granujas,

Gran corazón henchido de orgullo, hombre débil y amarillo, Puget, melancólico emperador de los forzados;

Watteau, este carnaval en el que no pocos corazones ilustres, Como mariposas, flotan relucientes,

Decoraciones frescas y leves iluminadas por lámparas

Que vierten la locura en este baile vertiginoso;

Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas, Fetos que se hacen cocer en medio de los sabats,

Viejas ante el espejo y niñas todas desnudas,

Para tentar los demonios ajustando bien sus medias;

Delacroix, lago de sangre obsedido por malvados ángeles, Sombreado por un bosque de pinos siempre verde,

Donde, bajo un cielo triste, fanfarrias extrañas

Pasan, cual un suspiro ahogado de Weber;

¡Estas maldiciones, estas blasfemias, estos lamentos,

Estos éxtasis, estos gritos, estos llantos, estos Te Deum,

Son un eco repetido por mil laberintos;

Es para los corazones mortales un divino opio!

Es un grito repetido por mil centinelas,

¡Una orden transmitida por mil portavoces.

 Es un faro encendido sobre mil ciudadelas,

Un clamor de cazadores perdidos en los inmensos bosques!

¡Porque verdaderamente, Señor, el mejor testimonio

 Que podemos dar de nuestra dignidad

Es este ardiente sollozo qué rueda de edad en edad

Y viene a morir al borde de vuestra eternidad!

La musa enferma

Mi pobre Musa, ¡ah! ¿Qué tienes, pues, esta mañana?

Tus ojos vacíos están colmados de visiones nocturnas,

Y veo una y otra vez reflejados sobre tu tez

La locura y el horror, fríos y taciturnos.

El súcubo verdoso y el rosado duende,

¿Te han vertido el miedo y el amor de sus urnas?

La pesadilla con un puño despótico y rebelde;

¿Te ha ahogado en el fondo de un fabuloso Minturno?

Yo quisiera que exhalando el perfume de la salud

Tu seno de pensamientos fuertes fuera siempre frecuentado,

Y que tu sangre cristiana corriera en oleadas rítmicas,

 Como los sones numerosos de las sílabas antiguas,

Donde reinan vez a vez el padre de las canciones,

Febo, y el gran Pan, el señor de las mieses.

La musa venal

Oh, musa de mi corazón, amante de los palacios,

¿Tendrás tú, cuando enero suelte sus Bóreas, durante los negros tedios de las nevadas veladas,

 Un tizón para calentar tus dos pies violáceos?

¿Reanimarás, pues, tus hombros marmóreos

En los nocturnos rayos que atraviesan los postigos?

 Sintiendo tu bolsa tan seca como tu paladar,

¿Recogerás tú el oro de las bóvedas azúreas?

Necesitas, para ganar tu pan de cada día,

Como un monaguillo, manejar el incensario,

Entonar Te Deum en el que nada crees,

O, saltimbanqui en ayunas, desplegar tus encantos

Y tú risa humedecida de lágrimas invisibles,

Para dilatar las carcajadas de la vulgaridad.

El mal monje

Los claustros antiguos sobre sus amplios muros

Despliegan en cuadros la santa Verdad,

Cuyo efecto, caldeando las piadosas entrañas.

Atempera la frialdad de su austeridad.

En días que de Cristo florecían las semillas,

Más de un ilustre monje, hoy poco citado,

Tomando por taller el campo santo,

Glorificaba la Muerte con simplicidad.

—Mi alma es una tumba que, pésimo cenobita,

 Desde la eternidad recorro y habito;

Nada embellece los muros de este claustro odioso.

¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré yo hacer del espectáculo vivido de mi triste miseria

El trabajo de mis manos y el amor de mis ojos?


Comentarios