AMNESIA (novela) de Amado Nervo

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Amnesia



AMNESIA

Amado Nervo



AMNESIA


AMADO NERVO ©

Pandolfi & Salgado editores 2024

Capítulo 1

Toda la comedia o el drama de mi vida -no sé aún lo que es- dependió de una cerilla y de un soplo de viento, como dijo el otro.

¿Acaso dependen de algo menos tenue las grandes catástrofes de la historia?

Acababa yo de cumplir treinta años; iba por una calle del barrio de Salamanca -supongamos que por la de Ayala-; cogí un pitillo; quise encenderlo con mi peut-être; no hubo manera: saqué mi caja de cerillas, pues soy hombre prevenido. Pero un soplo de viento apagó la primera cerilla y creo que la segunda. Me metí en un portal de cierta casa lujosa, para lograr mí perseverante deseo. Encendí al fin el pitillo, pero mi corazón se encendió al propio tiempo. Bajaba los escalones de la marmórea escalera, Luisa Núñez, la que diez meses después era mi esposa en el templo de la Concepción de la calle de Goya.

-¡El Flechazo!

-¡Tú no sabes lo que eran los ojos de Luisa! Ni los de Pastora Imperio, ni los de la Minerva del Vaticano podían comparárseles.

Habrás advertido el supremo encanto de unos ojos claros; verdes o zarcos especialmente, en un rostro moreno: encanto y misterio…

Los de Luisa eran zarcos. En su tez trigueña, de un trigueño oscuro, evocaban reminiscencias de límpidas fuentes en la morena tierra.

Debo advertir para que no se culpe a otro que a mí de mi desgracia, que no uno, sino varios amigos oficiosos y buenos, desaprobaron mi matrimonio.

Conocían a Luisa y sabían que era una mujer frívola, muy pagada de su hermosura; de su pelo negro y luciente (no temas: no incurriré en la vulgaridad de decir que «como el ala del cuervo»); de su boca admirablemente dibujada (no receles que te diga que parecía «herida recién abierta»… ); de su cuello Zulamita (lee lo que dice el Cantar de los Cantares); de la esbeltez, en suma, de su cuerpo.

-Es incapaz de querer a nadie. No está enamorada más que de la imagen que la devuelve su espejo -me cuchicheó Antonio Arévalo (que había sido su pretendiente).

-¡Se muere por los trapos! -me reveló su íntima amiga Leonor X.

-Tiene por las joyas una pasión de urraca -insinuó otra de sus predilectas.

Y lo peor es que todos y todas tenían razón.

Luisa era frívola, desamorada, amiga del lujo; muñeca de escaparate, incapaz de una sola virtud.

Pero yo la amaba, la amaba como sólo esa vez he amado en mi vida.

¿Qué es preferible -me decía para consolarme de mi desgracia- vivir con una santa a quien no queremos ni para remedio, o adorar a una diabla?

¿No optaríamos todos por lo segundo?

De las veinticuatro horas del día, Luisa me echaba a perder por lo menos seis: las que pasaba a su lado. Pero como en esta vida nada es constante, ni las perrerías de una mujer, allá cada semana o cada dos, tenía una hora amable, una hora dulce… ¿y acaso una hora semanal o quincenal de felicidad (incomparable por cierto) no paga sesenta o setenta de miserias?

Esas mujeres amargas como el mar y como la muerte, cuando tienen la humorada de ser afectuosas y cálidas, eclipsan con su momentáneo embeleso a las más encantadoras.

Pero es muy poco de todas suertes una hora quincenal de bienaventuranza, cuando los otros catorce días y veintitrés horas no hemos hecho más que sufrir.

Luisa me arruinaba económica, física y moralmente.

En mis desolaciones yo sólo veía un remedio posible a mis males: un hijo.

La maternidad suele transformar a la mujer más casquivana. Se han visto casos de conmovedoras metamorfosis. (¿Quieres santificar a una mujer? -dice Nietzsche- Hazla un hijo).

Dos años, empero, llevábamos ya de cadena, exclamando quizá cada uno a sus solas lo que reza la célebre aguafuerte de Goya:

«¡Quién nos desata!», cuando empecé a advertir en Luisa signos inequívocos de que los dioses escuchaban mis súplicas.

El doctor y ella confirmaron mis deliciosas sospechas.

Como era una mujer elegante y vanidosa, discurrió pasar los meses de buena esperanza, en el campo.

Busqué una quinta rodeada de árboles, cerca de una vieja ciudad castellana, y nos fuimos a vivir allí con nuestros criados de más confianza, un piano y algunas docenas de libros.

La soledad, el apartamiento, exasperaron los nervios de Luisa. Pero yo huía con mis libros a las habitaciones más apartadas del caserón y contemplando a ratos el campo y a ratos con mis autores favoritos, iba pasando el tiempo…

Estaba visto que la mala suerte (así lo creía yo en mi ceguera) me había de seguir a todos los escondrijos. A pesar de nuestras precauciones, el alumbramiento de Luisa fue inesperado. El médico se hallaba en Valladolid, a cientos de kilómetros nuestra quinta; la comadrona estuvo en su cometido a la altura de un zapato, y Luisa, a consecuencia de un descuido tuvo una hemorragia tal, que por poco deja huérfana a la pobre niña que vino al mundo en circunstancias tan tristes.

Se salvó por milagro, pero quedó en un estado de debilidad tan grande que un mes después apenas sí podía penosamente andar.

Vino la anemia cerebral con todos sus horrores, y su memoria empezó a flaquear.

Olvidaba con frecuencia los nombres de las cosas, se extraviaba en el caserón, confundía a los criados. Un día desconoció a su propia hija.

Pusiéronsela en el regazo y quédesela mirando con perplejidad…

Por fin llegó lo esperado con angustia: la amnesia completa.

El alma de Luisa: aquella alma frívola, locuela, mariposeante, cruel a veces… , pero alma al fin, naufragaba en el Océano de la inconsciencia.

Como un telón negro, la mano misteriosa de lo invisible cubría el pasado.

Detrás quedaba la identidad del yo, el hilo de luz que ata los estados de conciencia, los experimentos, las sensaciones de la vida anterior…

Luisa Núñez ya no existía.

Un fantasma -hermoso, de carnes delicadas y tibias, pero fantasma nada más-, continuaba la vida de aquella mujer adorada.

Me fui con ella a París a buscar un especialista famoso.

La examinó concienzudamente y me dio una conferencia sobre psicosis antiguas y modernas.

No creía que fuese hacedero en mucho tiempo -en años- que Luisa recobrase la memoria de su pasada existencia, pero en cambio era

posible reeducarla para la vida, como a una niña. Cabía enseñarla nociones simples, darla lecciones de cosas, sin fatigar su cerebro; seguir con ella en el campo, en un sitio sano y apartado, un procedimiento análogo al de los Kindergartens.

-Es -me dijo el doctor, y me dio el porqué con explicaciones técnicas que no acertaría a repetir ni viene al caso-, es como si hubiera vuelto a nacer.

»¿Ha leído usted -prosiguió con sonrisa ambigua- lo que dicen las religiones indias y algunos de los griegos acerca de la palingenesia?

»El alma, al encarnar, olvida toda su larga historia anterior, que, según parece, no le serviría de estímulo sino de desconsuelo, y haría imposible sus relaciones con muchos de sus semejantes, pues es de clavo pasado que el interfecto no soportaría la vista de su asesino, el marido engañado la de su infiel, el comerciante la de su cajero ladrón; e inconcuso que quien en otras vidas tropezó y cayó, perdería en la actual con este recuerdo la moral para regenerarse.El alma, pues, come “la flor de loto”, pero no olvida en realidad ciertas cosas, según afirman los teorizantes.

»Sólo que sus recuerdos se transforman en instintos. El hábito no es más que un recuerdo despersonificado -dice Janet-. De allí las simpatías y antipatías, las corazonadas, los presentimientos.

»Pues bien; el caso de su esposa es análogo.

»Renace ahora… Nada recuerda de su vida pasada; hasta ignora que tuvo una hija. Pero su memoria, que procederá como instinto mientras no cure de la amnesia, hará, así lo espero, que experimente simpatías por usted.

»Con dulzura, y sobre todo, recuérdelo, sin fatiga, usted la reeducará.

»En suma -añadió-, la experiencia es nueva, dulce y tentadora. Con el mismo cuerpo de la mujer amada, el destino le otorga a usted un

alma nueva, un alma blanda que usted, si es artista, sabrá modelar… ».

Las palabras de aquel sabio médico -que por pura casualidad no era materialista- me sedujeron, y algunos días después, con mi esposa, mi hija y mis fieles criados, me instalaba en una hermosa quinta de Santander, desde la cual el panorama era admirable, como todos los panoramas de la Montaña.



Capítulo 2


En el fondo de mi alma había, empero, cierta inquietud ante el fenómeno que se producía, de tan peregrina manera, en la vida del ser más íntimo y amado.

¿Alternaría con la nueva personalidad (nueva en toda la extensión de la palabra) de mi esposa, la personalidad antigua, en irrupciones inesperadas e inquietantes?

«Su memoria -me había dicho el doctor- procederá como instinto, mientras no cure de la amnesia».

Al curar, pues, Luisa volvería al escenario de mi vida.

Quise saber a qué atenerme en todo y púseme a leer revistas y libros adecuados que pude hallar a la mano.

En una revista cosmosófica, traducida por F. M., hallé lo siguiente de Carlos Ramus: «la doble personalidad es un estado que puede llevar a los sujetos a abandonar su familia y su trabajo e ir a otra ciudad, tomar otro nombre y otras ocupaciones. Sus maneras y sus hábitos cambian completamente. Suelen recordar su estado normal, pero considerándolo con indiferencia, como si se refiriera a un tercero. La duración de tales estados puede variar desde algunas horas hasta algunos años; la vuelta al estado original es habitualmente repentina y el hilo de sus recuerdos se reanuda en el punto exacto en que se interrumpió».

Recordé el clásico caso citado por William James, de aquel yanqui que durante semanas fue otro hombre; leí lo que dice Ribot; la teoría de Bergson acerca de este punto…


En una revista de variedades encontré, guardándolo cuidadosamente, el párrafo que sigue:

«Un fenómeno extraordinario de multiplicidad.

Uno de los fenómenos más extraordinarios que el mundo ha ofrecido a los hombres de ciencia, es el que ha sido objeto de un minucioso estudio por parte del doctor Alberto Wilson, en Inglaterra. Se trata de un ser humano que reúne en sí diez personalidades distintas y enteramente independientes una de otra. El sujeto es una joven, casi una niña, que a los trece años experimentó un ataque de gripe. Aunque curó de aquella enfermedad, en su inteligencia dejó la misma profunda huella. Desde entonces, en efecto, parece como si la muchacha hubiese tenido diez cerebros diferentes, pues se han observado en ella diez personalidades perfectamente distintas, pasando de una a otra de vez en cuando, de un modo irregular y sin que la paciente se diese cuenta de estos cambios.

El doctor Wilson ha tomado numerosos datos sobre los caracteres de cada una de estas personalidades. Unas veces, la joven aparecía como una muchacha asustadiza y tímida hasta la exageración; huía de sus propios padres, ocultándose el rostro cuando se acercaba cualquiera. Un día tocó una arruga en una tela y empezó a gritar diciendo que era una serpiente. En ocasiones su terror llegaba al punto de comunicar a su cuerpo una rigidez cadavérica. Esto es lo que el doctor Wilson llama la primera personalidad de la enferma.

En otros periodos de su extraña vida, la joven ha quedado imposibilitada para andar; pero entonces parecía algo más inteligente, y ponía a las personas y a las cosas nombres extraños, enteramente a su capricho. Se denominaba a sí misma “una cosa”, decía no tener boca y llamaba blanco al color negro y rojo al verde. Un día que el doctor la pidió que anduviese, replicó: “¿Anda?, ¿qué es eso?, ¿qué significa


anda?”. Su tercera personalidad era idéntica a la de una niña que empieza leer y escribir; en este estado la agradaban mucho las tormentas, y siendo de ordinario muy pacífica, en ocasiones mordía sus propias ropas, diciendo que un “hombre malo se había apoderado de ella.

Algún tiempo después, la infeliz quedó sorda y muda, no pudiendo oír ni aun los ruidos más fuertes y hablando por señas con toda facilidad. Pronto se reveló en ella una quinta personalidad. Cierto día empezó a hablar de nuevo, diciendo que solamente tenía tres días de edad; afirmaba también que el fuego era negro, y lo que es más notable, todas las palabras que pronunciaba las decía al revés, esto es, empezando por la última letra, sin equivocarse nunca. Pasado algún tiempo, su inteligencia pareció entrar en un periodo de normalidad, pero hubo que enseñarla a leer y escribir. Negaba haber visto jamás al doctor Wilson, y en ocasiones perdía por completo el uso de sus manos.

Vino después una séptima personalidad; la pobre muchacha se llamaba a sí misma Adjuice Uneza, y olvidó todo lo que había ocurrido recientemente, incluso los detalles de la casa del doctor; pero en cambio recordaba hechos acaecidos muchos años antes.

Últimamente la muchacha ha quedado imbécil, y se ocupa en dibujar figuras incomprensibles y figurines como los de periódicos de modas, siendo de advertir que ni en su estado normal ni en ninguna de las otras nueve personalidades aprendió a dibujar ni demostró aficiones artísticas»

En un libro francés especialista encontré asimismo las siguientes páginas que traduzco:

«El alma es una cosa compleja; su unidad no existe sino con relación al individuo que se reconoce en lo que él llama su yo.

Pero el dominio psíquico se compone de una multitud de pequeñas almas, cuya masa es divisible, y en la cual se manifiesta a veces cierto desorden.

Un hombre puede ser visto bajo dos aspectos muy diferentes; un profesor de matemáticas durante su clase no deja ver más que una parte de sí mismo y hasta él olvida, momentáneamente, todo lo que se halla fuera del grupo de sus conocimientos especiales. Pero yo supongo que salido de su clase, es un buen músico. La familia le verá con más frecuencia bajo el aspecto de un violinista. Imaginad ahora que a consecuencia de un accidente cualquiera este hombre pierda todo recuerdo de la música. No queda entonces más que el matemático. Le habláis de su violín y no os comprende. Nunca lo ha tocado. Pero al cabo de algunos días, la memoria del músico reaparece y, en cambio, el grupo de recuerdos matemáticos se ha borrado. Tal es el aspecto -no digo la explicación sino el aspecto-, bajo el cual puede presentarse cierto fenómeno conocido con el nombre de división de la personalidad.

Pero puede también acontecer esto: que se revele un estado sonambúlico, durante el cual, así como el actor representa un papel, el sujeto encarne el tipo del personaje que se le propone, y lo haga a pedir de boca. Sólo que esta representación no resiste al examen, porque el sujeto continúa en las generalidades y sigue siendo incapaz de dar muestras de conocimientos especiales. Pero surge un nuevo personaje y éste no conoce ya a ninguna de las gentes que le rodean. Se presenta con un nuevo estado civil y muestra que posee ciertos conocimientos que ninguna hipótesis permite atribuir al sujeto sonambúlico, que aparece entonces como poseído por una influencia extraña. Es el fenómeno que ha ofrecido frecuentemente la señora Piper en estado de trance y al cual la Sociedad de Investigaciones Psíquicas ha consagrado muchos gruesos volúmenes de sus anales.

Son éstos, se dirá, hechos aún insuficientemente conocidos. Nosotros pretendemos que un hecho experimentado, observado por autoridades competentes, por inexplicado que sea, se convierte en una verdad empíricamente probada, lo que basta para que se le admita como base de deducciones futuras. El caso es inexplicable fisiológicamente: verdad útil de retener.

Pero, lo repetimos: caemos aquí en un abismo de complejidad. Parece algunas veces que una amnesia parcial ocasiona en el sujeto la desaparición de todo un periodo de su existencia, y, lo que hay de más admirable es que nada, fuera de esto, indica en el paciente trastorno alguno. Así una persona instruida y bien educada, va a caer en trance para despertarse en un estado en el cual habrá cambiado de carácter sin tener recuerdo alguno de su estado precedente. No conocerá ya ni a las personas de su intimidad: hasta el carácter de su letra habrá cambiado.Será, en suma, otra persona. Una nueva crisis sobreviene y el sujeto despiértase en su primer estado, ignorando completamente el estado segundo que acaba de dejar.

El doctor Azam de Burdeos, según creo, ha observado un caso que es ya clásico, en “Félida”, cuyos cambios de personalidad se manifestaron durante largos años. Casi a diario la dominaba una crisis y aparecía otra, persona que ignoraba la romanza que la primera cantaba momentos antes de la crisis y que era incapaz de continuar la labor de costura que traía entre manos. Era indispensable que su familia la pusiese de nuevo al corriente de todo en su nuevo estado.


Encontrándose en estado interesante, en su segunda personalidad, ignoraba absolutamente este detalle al volver a la personalidad primera.

Félida II tenía un perrito que quería mucho; Félida I lo arrojaba de su lado como a un intruso.A pesar de todas las apariencias de una posesión, se puede ver en estos fenómenos la alternabilidad de una personalidad que en cada uno de sus papeles no abraza más que un periodo de tiempo vivido por el sujeto. Por ejemplo, Félida II, no conoce sino aquello que le ha sobrevenido a partir de una fecha determinada. No trataremos de explicar esta apariencia de vida alterna: sólo queremos señalarla.

Hay casos de divisiones múltiples, en los cuales el sujeto revive periodos de existencia pasada y cada periodo trae consigo los estados mórbidos correspondientes. Se ve por ejemplo a un sujeto extremadamente miope y obligado a usar gafas que en uno de sus estados gozará de una vista excelente. En suma, cambio en el valor intelectual, cambio en lo físico, cambio en la memoria, cambio en la moralidad. Hay en esto verdaderamente un misterio que la fisiología no explica “y que la psicología está aún lejos de dilucidar”».

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