EL PADRINO II RELATOGRAFO. OSCAR SIERRA PANDOLFI

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El reportro(2)xx



EL PADRINO II


Y allí estaba, acomodado en su butaca, atravesando con su fría e implacable mirada a cualquiera que estuviese cerca, atravesándonos a nosotros, mientras su rostro, impertérrito, cortaba el más mínimo atisbo de contacto que pudieran querer tomar. Y así pasaron los días, uno tras otro, mientras los ojos de sus seres más cercanos se apiñaban entorno a él y vislumbraban admiración, apego, emoción, respeto y multitud de virtudes más que sólo podrían ser destacadas en muy pocos hombres... hasta que un día todo se marchó, el sentimiento se desestabilizó, la cuerda se tensó y la relación se rompió, en cambio, su tez seguía impávida, como el primer día, como desde el primer aliento a partir del cual comprendió que su lugar era importante, vital, trascendente. Y siguieron pasando los días, la desolación llegaba, la tristeza se apoderaba del más mínimo recóndito salón de aquel lugar, en cualquier instante y sus facciones se mantenían duras, impasibles, pero hasta lo más duro se resquebraja, y llegó el momento, sus ojos amanecieron cristalinos y su memoria retrocedió hasta aquel preciso instante, el instante que le hablaba sobre sus errores, le acometía en todos aquellos fallos que había ido apiñando tras una y otra decisión errónea, y nos mostraba esa cara de la moneda que esperábamos, que ansiábamos, porque sabíamos que no era tal la contundencia ni el empeine, que tras todo aquel monumento construido a base de vivencias y momentos rotos, también se encontraba un ser con sus debilidades, capaz de reconocer porque en los labios de sus semejantes ya no se dibujaba una sonrisa, y capaz, también, de retroceder, de recordar con el objetivo de desvelarse a sí mismo, que durante todo aquel tiempo, no era quien había creído ser, que sólo era uno más, uno más en la mesa de la cocina, uno más en el inmenso caserón, uno más en la apagada ciudad, y así lo capturó su rostro, desgastado y casi al borde del arrepentimiento, sin apenas mover un músculo...

 Tener 20 años y amigos poco aficionados al cine supone la desgradable experiencia de ir (a esa edad) al cine solo, con la sensación de que toda la sala te mira y piensa que la vida de ese viejo debe ser muy triste que tiene ir al cine sín nadie. Así pues sabiendo esto de antemano cogí la página de la cartelera del periódico y decidí ir a ver Seven.

Entro en el multisalas de turno repleto de niñatas dispuestas a exhalar gritos de admiración cada vez que aparezca Brad Pitt. Después de los trailers y anuncios varios, empieza la película, primera aparición de Pitt, primeros gritos. Empiezo a maldecir mi elección a la par que lamento no tener un fusil para aniquilar a todo bicho viviente que ose hablar y mucho menos dar grititos.

Títulos de crédito, empiezo a flipar con la versión de "Closer" de Nine Inch Nails y a notar que esto no es otro estúpido y rutinario thriller, aquí se está cociendo algo gordo y que va a ser recordado durante tiempo.

Se suceden las muertes y se avanza en la investigación, el clima malsano se está apoderando de la sala y ya ni las niñas gritan, sólo se rompe la tensión ante la escena de la pereza. Yo mismo me sorprendo sudando y tenso sin saber muy bien en que acabará todo.

5Se entrega el asesino y empieza a soltar su discurso y sabes que eso no va a acabar bien o de lo contrario será uno de los timos más grandes de la historia. El agobio se solapa con la expectación. Qué será eso tan memorable que nos prepara el asesino?

Apocalipsis final. Imposible de definir con palabras el torrente de sensaciones que me produce lo que estoy viendo. No puedo ni pensar, ni racionalizar lo que está pasando, todo es pura emoción. No sé si romper a aplaudir por algo tan grandioso o de romper la butaca de la rabia que me produce ser impotente ante los acontecimientos.

Salgo del cine con la cabeza gacha, maldiciendo a mis amigos por dejarme solo en este tormento, por no tener a nadie a quien explicar mi sufrimiento, y al mismo tiempo experimento el sentimiento solemne de haber visto una de las mejores películas de mi vida. tener. Luego, en la soledad de mi habitación, me doy cuenta que todavía tengo un nudo en el estómago, exhalo mi tristeza, una lágrima corre por mi rostro y otra hasta las siete.

Lenny Ner

Al entrar al teatro, notó las paredes agrietadas, las sillas plegables y el olor antiguo que emanaba de las cortinas de la entrada; Se sentó de mala gana -cómo pudo el periódico haberlo enviado allí para escribir sobre este espectáculo- y sacó del bolsillo de su chaqueta la pluma estilográfica con la que había firmado tantas críticas; Abrió el cuaderno y escribió en lo alto de la página: “Teatro de la decadencia. Hora: 20:30 h. Aparición de dos payasos viejos (o dos payasos viejos). En cuanto a las características de los payasos, seguramente las mismas de siempre: humor a la antigua, caídas previsibles, chistes impotentes.

Se acarició el bigote y olfateó por segunda vez en la escena que abrió el espectáculo. A su izquierda, un grupo de niños, acompañados de sus padres, reían sin parar. Dirigió su atención al chico rubio que señalaba el rostro triste de uno de los actores y sonrió por primera vez. Decidió tomar las primeras notas en el cuaderno:

“Coreografía correcta, payasos bailando con bastante comprensión, emoción mejorable. “Una sonrisa, ninguna risa”.

Al finalizar el espectáculo volvió a acariciarse el bigote y frunció el ceño, se había equivocado; Señaló: “Las sonrisas amargas: innumerables. Risas: cero.

A través de la forma acelerada de los movimientos y el poder cautivador de la canción, finalmente supo que esa actuación era otra cosa, que la risa iba en otra dirección, que había presenciado algo grande y diferente, indefinible; Lo primero que le vino a la mente fue magia y lo anotó:

“Sin previo aviso, la magia apareció en el escenario. Desaparecida hace mucho tiempo, hoy renace”, y luego agregó: “Lágrimas evaporadas, melancolía pura y sin fisuras”; y guardó la pluma, borrando algunas de las observaciones anteriores correspondientes al inicio del trabajo. Mientras recogía su abrigo, miró los ojos llorosos de uno de los artistas; Detrás de la visión nublada, sentimos la despedida, el fin de una figura, de una vida.

Adiós, y él también se despidió.





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