II PARTE DE LA BIOGRAFIA
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Por la Dra. María de los Ángeles Chapa Bezanilla.
En el panorama literario dedicó también buena parte del tiempo a la investigación y dentro de ésta tuvo preferencia por algunos temas; uno de ellos fue el de Rubén Darío, que exploró en el recuerdo de los contemporáneos del gran poeta de Chocojos y para llevar a cabo su cometido entrevistó a poco más de cien personas que conocieron al gran poeta del modernismo. El mismo proceso lo utilizó con Enrique Gómez Carrillo, José Asunción Silva, Porfirio Barba-Jacob y otras figuras, alrededor de las cuales tejió más con la imaginación que con la historia verdadera.
Como literato, Valle produjo también, en el lapso a que se ha hecho referencia, trabajos importantes como Joven poesía moderna de México, en coautoría con Alí Chumacero, y Contigo, prologado por el poeta Enrique González Martínez.
Rafael Heliodoro Valle había tratado de no participar en política. Los dos partidos tradicionales de Honduras, el liberal y el conservador, le habían merecido la misma opinión, pues según él ambos hacían los mismos juramentos y cometían idénticos desmanes. En este juicio Valle no se equivocaba, ya que al día siguiente de la revolución libertadora cada uno de ellos imponían a su capricho una nueva Constitución o flamantes leyes, se burlaban de la Carta Magna y hasta buscaban apoyo exterior para mantenerse en el poder y tener a su disposición los recursos del erario. Por su lado, los funcionarios expertos en asuntos financieros sólo procuraban su beneficio propio.
Por estas razones, principalmente, Valle se había abstenido de participar de manera abierta en cualquier contienda política hondureña, pese a que sus compatriotas lo consideraban constantemente como el posible salvador de la patria.
La participación en la política hondureña no le había sido ajena a nuestro personaje. En 1939 los más destacados políticos hondureños lo consideraban como la persona idónea para dirigir los destinos de la nación, entre ellos se contaba don Ángel Zúñiga Huete, importante abogado y escritor de abundante literatura política, que había militado en varios partidos políticos, siempre en lucha por el bienestar de su nación, y que en los últimos años, como jefe del Partido Liberal Hondureño, había tratado inútilmente de derrocar al general Carías Andino.
Sin embargo, llegó un momento en que no pudo permanecer ajeno a los sucesos públicos de su patria. Su militancia política entonces estuvo marcada por la invitación que le giró la Unión Democrática Centroamericana, conformada por un buen número de hondureños en el exilio, que pugnaban por erradicar la dictadura en su patria representada por el presidente Tiburcio Carías Andino, quien estaba por cumplir dieciséis años en el poder. Rafael Heliodoro Valle desempeñó un papel sumamente importante en ese movimiento, pues sus relaciones y su amistad con destacadas personalidades hispanoamericanas le granjearon apoyo y simpatía a la causa hondureña. Consciente de sus posibilidades, aprovechó todos los foros en que estuvo presente para hablar de la situación de Centroamérica y en especial de su país.
A partir de este momento, Valle comenzó a recibir copiosa correspondencia persuasiva para que aceptara lanzarse como candidato a la presidencia de su país. Sin embargo, y pese a los intentos de los interesados en apoyarlo, Rafael Heliodoro no aceptó en ese momento la propuesta por considerar que dadas las condiciones, la redención para los pueblos de Centroamérica era por entonces inalcanzable. La propuesta para convertirse en presidente de Honduras sólo quedó en eso.
En el lapso de los siguientes cuatro años, Valle entregado a sus actividades académicas en México, publicó los trabajos denominados: Selección de escritos de Ramón Rosa (1945), Imaginación de México (1945), Mitología de Santiago en América (1946), Reales Cédulas de la Universidad Real y Pontificia de México (1945), Antología del paisaje americano (1946), Santiago en América (1946), y Tres pensadores de América: Bolívar, Bello y Martí (1946).
Es hasta el año de 1943 que el movimiento en favor de Centroamérica logró abandonar la clandestinidad para empezar a ser noticia en los principales periódicos latinoamericanos. Sus objetivos principales eran trabajar por la unidad y la democracia auténtica centroamericanas, ilustrar a la opinión pública continental acerca de la realidad de esa franja territorial y empeñar todos los esfuerzos para resolver los problemas políticos, sociales y económicos del área. Nuevamente, las posibilidades de que Valle se convirtiera en candidato, gracias a su inteligencia, preparación y nexos personales crecieron enormemente, esto aunado a la situación del pueblo hondureño, presa más a menudo de las dictaduras, en especial cuando se hizo verdaderamente insoportable la conducta del autócrata en turno: Tiburcio Carías Andino.
Por segunda ocasión y dado que sus aspiraciones eran otras, Rafael Heliodoro Valle no aceptó formar parte de la contienda por la presidencia de su país y entregó todos sus esfuerzos para apoyar la candidatura y el proyecto de transformación de Honduras presentado por el candidato doctor Juan Manuel Gálvez.
Después de varias entrevistas de Valle con el presidente Carías Andino, quien ya había manifestado su decisión de permitir elecciones democráticas en 1948, se abrió una posibilidad para el pueblo hondureño. Efectivamente, en mayo de ese año se publicó en el país centroamericano el Decreto Legislativo que convocaba a comicios, y en diciembre tomaba posesión el nuevo presidente, doctor Juan Manuel Gálvez. Durante el periodo que duró este proceso político en su país, Rafael Heliodoro pudo obtener el grado de doctor en letras, con especialidad en ciencias históricas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, con la tesis denominada Cristóbal de Olid, conquistador de México y Honduras, investigación que le permitió obtener el grado magna cum laude.
El 16 de diciembre llegaron los primeros invitados del gobierno de Honduras a la asunción del poder del doctor Gálvez. Rafael Heliodoro Valle, como anfitrión, organizó los actos culturales, mostró las bellezas de Honduras, en especial la zona arqueológica de Copán, e interrelacionó a todas las delegaciones extranjeras y las comprometió a colaborar con el nuevo régimen en beneficio de este país centroamericano. En reconocimiento al esfuerzo y la entrega del intelectual radicado en México, a quien mucho debía que hubiese sido elegido primer mandatario, el doctor Gálvez lo designó embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de Honduras ante el gobierno de Washington, cargo que ocupó de 1949 a 1955.
El 1º de marzo de 1949, en compañía de la historiadora peruana Emilia Romero con quien había contraído segundas nupcias el 25 de abril de 1941 en Lima, Perú, Valle salió de su casa ubicada en San Pedro de los Pinos, ciudad de México, para trasladarse a la residencia de la representación diplomática de Honduras en Washington, ubicada en el número 4715 de la calle 16, N. W. Desde allá cumpliría durante seis años una fecunda y laboriosa función intelectual en beneficio de Honduras, México y de la cooperación cultural en el continente americano.
Días antes de su salida, el presidente Miguel Alemán lo había recibido en la residencia oficial de Los Pinos para felicitarlo por su nombramiento, ocasión en la que recordaron la época en que el mandatario había sido su alumno en la Escuela Nacional Preparatoria.
La primera actividad oficial de Valle fue la de poner en marcha la maquinaria epistolar de la embajada y empaparse de los asuntos más relevantes que exigían inmediata atención. Como lo había hecho 30 años antes, al desempeñar tareas consulares en Belice y Alabama, organizó sus actividades de tal manera que le quedara tiempo para realizar investigaciones en la Biblioteca del Congreso y en la de la Unión Panamericana, preparar sus colaboraciones en los periódicos Excélsior, Novedades y El Nacional, y en la Revista de la Universidad de México y los Cuadernos Americanos, principalmente, y realizar en Estados Unidos una vasta labor cultural en pro de Hispanoamérica.
Las invitaciones para impartir conferencias no se hicieron esperar. Las primeras las ofreció en la American University, la Hispanic Foundation, la Unión Panamericana, la Georgetown University y en la Catholic University. En todas disertó sobre nacionalismo, democracia en América Latina y cultura hispanoamericana. En atención a sus conocimientos, se le nombró consejero de los programas de estudio concernientes a cualquier temática humanística relacionada con Latinoamérica.
Una vez oficializado su nombramiento ante el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, Valle se consagró a la tarea de investigar cuáles de sus amigos realizaban por entonces alguna actividad cultural u oficial en Washington, y qué personal conformaba las legaciones latinoamericanas y, en especial, centroamericanas, en busca de antiguos colaboradores, discípulos y camaradas para impulsar una política sólida de cooperación y ayuda mutua en asuntos oficiales y culturales.
Rafael Heliodoro agregó a sus actividades oficiales la constante labor de unir, por lo menos en el extranjero, a los embajadores y a los países centroamericanos. Los vinculó no sólo con tareas protocolarias, sino con labores culturales que en poco tiempo arrojaron excelentes resultados.
En su afán de lograr la mutua colaboración cultural, con el objetivo principal de dar a conocer y hacer presente a su natal Honduras y a su segunda patria México, Valle estableció inmediata comunicación con asociaciones tales como el Grupo de Historiadores de la América Hispánica, el Rotary International, el Pen Club de Washington y la Hispanic Foundation, principalmente. Con los directivos de las mismas organizó ciclos de conferencias en los que habló de la cultura, la literatura y la historia mexicana y hondureña, y a ellas invitó también a destacadas personalidades hispanoamericanas.
Aunque muchos políticos hondureños no se explicaban cómo un humanista había sido nombrado para desempeñar el más importante cargo de la diplomacia de Honduras, el gobierno del doctor Gálvez sí conocía las razones, y en ello fue muy sabio, ya que el culto hombre de letras representó a su país como nunca antes lo había hecho nadie: era un embajador de lujo, que lo mismo brillaba en el Departamento de Estado que en las demás actividades de la Unión Panamericana, y con su brillante personalidad hacía pensar en un país de cultura superior, capaz de dar al mundo hombres de la misma preparación y talento que los suyos.
Incluso sus responsabilidades diplomáticas, no apartaron a Valle de su labor intelectual y humanista; antes bien la extendió al crear el 21 de junio de 1949, con la asistencia del escritor mexicano Ermilo Abreu Gómez, por entonces jefe de la División de Filosofía y Letras de la Unión Panamericana, el Ateneo Americano de Washington. Rafael Heliodoro concretó a través de este organismo una extraordinaria labor en bien de las letras hispanoamericanas, en cuyo seno figuraron los escritores más brillantes del continente al resaltar la forma práctica de poner a dialogar a los creadores y artistas de Estados Unidos con sus colegas de la América hispana.
Entre los propósitos del Ateneo figuraron los siguientes: dialogar sobre los problemas específicos del mundo literario de habla española y sobre sus relaciones con las humanidades y las bellas artes, procurar que se comprendieran en Estados Unidos y exaltar los valores literarios e intelectuales de los 21 países del hemisferio, incluido Puerto Rico. Se eligió a Rafael Heliodoro Valle presidente, al doctor Jorge Basadre, originario de Perú, director; y al doctor Ermilo Abreu Gómez, de México, secretario general.
Encomiar esos valores, según el estatuto del Ateneo, había sido una de las preocupaciones de la unesco y de la Organización de los Estados Americanos. Por lo mismo, la novísima institución se propuso atender el pensamiento de los hombres de letras que deseaban contar con una tribuna al pasar por Washington.
La solemne inauguración oficial se efectuó el 12 de octubre de 1949, a las nueve de la noche, en el Salón de las Américas de la Unión Panamericana. La ceremonia fue un sonado acontecimiento entre los círculos intelectuales y diplomáticos de Washington. En el programa correspondiente figuraron tres discursos, el primero de ellos pronunciado por el director del Ateneo, Jorge Basadre, renombrado historiador peruano, el segundo por el poeta español Juan Ramón Jiménez y el tercero por Rafael Heliodoro Valle en el que dejó manifiesta su vehemencia americanista.
Algunas de las conferencias que se realizaron en el ciclo de otoño de 1953 fueron: “El paisaje en la literatura cubana”, por el doctor Aurelio Giroud; “Martín Luis Guzmán: observaciones sobre su estilo literario”, por el doctor Ermilo Abreu Gómez; “Cortés y doña Marina”, por el doctor Erwin Walter Palm; “Arte popular peruano”, por el doctor Fernando Romero; “Reflexiones sobre un enigma literario: Machado de Assís”, por el doctor Erico Veríssimo, y “El ensayo contemporáneo argentino”, por el doctor Aníbal Sánchez Reulet.
Alrededor del Ateneo giró la vida de nuestros pueblos en la capital estadounidense. En las recepciones diplomáticas, Valle hacía gala de fácil erudición, de buen humor y tacto. Frecuentemente lo consultaban los diplomáticos de otros países americanos, y siempre que se trató de una expresión conjunta de las naciones de Centroamérica, Honduras estuvo a la cabeza gracias a la inteligencia y a la preparación de su embajador, ante quien los demás representantes se inclinaban.
Y si la Cancillería de Honduras en Washington era un foco de activo trabajo, la residencia del embajador era el recinto donde se reunían intelectuales de toda clase, que residían en la ciudad o pasaban por ella. Con mucha frecuencia ofrecía recepciones, sin dejar de cumplir de manera estricta con el protocolo. Por ser un hombre cultivado, cuyo espíritu se había ido transformando al leve toque del arte y de la cultura, gustaba de reunir en torno de su mesa a los hombres dilectos, con los cuales podía platicar de los tópicos más diversos en conversaciones de gran refinamiento.
Valle era tan sociable que huía de la soledad y sólo se hacía rodear de ella en las prolongadas horas de trabajo. Una vez terminado éste se iba a recorrer museos, galerías y bibliotecas en compañía de su esposa, la escritora Emilia Romero.
Paralelamente a las actividades diplomáticas oficiales, Rafael Heliodoro Valle recibió algunos nombramientos vinculados con ellas, para que atendiera asuntos relacionados con otros países de América Latina, entre ellos el de presidente de la Comisión de Conferencias Interamericanas de la Organización de Estados Americanos y representante en el Consejo Interamericano Cultural.
Las labores diplomáticas y culturales no le impidieron la publicación de sus investigaciones personales. Durante el lapso de su gestión al frente de la Embajada de Honduras en Washington salieron a la luz, en el año de 1953, sus trabajos Bibliografía de Landívar, Bibliografía de la cultura en México, La historia del libro en Honduras y Bibliografía de la historia de las ideas en Hispanoamérica.
Gracias a la labor cultural que desempeñó, Valle recibió varias distinciones en ese mismo año: en mayo la Cruz del Sur; en junio, la Universidad Michoacana le confirió el doctorado honoris causa y, en noviembre, la Sociedad Geográfica de Lisboa lo nombró socio correspondiente.
El gobierno del presidente Juan Manuel Gálvez llegaba a su fin y, hacia finales de 1954, habrían de celebrarse nuevamente comicios en Honduras. Empezaba a sentirse la efervescencia electoral, y con ella la preocupación de Valle por el futuro de su país. El peligro latente era que el ex presidente Tiburcio Carías Andino se lanzara, por segunda ocasión, a la contienda política, lo que había generado una fuerte zozobra y un desequilibrio notorio que se había hecho sentir, incluso, en la embajada de Honduras en Washington y, por desgracia, también en las actividades culturales e intelectuales impulsadas por ella y, muy empeñosamente, por Rafael Heliodoro.
Pese a los acontecimientos descritos, Valle continuó con sus actividades en la embajada, y pendiente del resultado de los sufragios que habrían de realizarse por esos días en Honduras. Sin embargo, como era costumbre en estos casos preparó su renuncia como embajador de Honduras en la capital estadounidense, para dejar al presidente electo en libertad de elegir al futuro responsable de las tareas diplomáticas en esa metrópoli a partir del 1º de enero de 1955. En el mes de noviembre recibió un comunicado oficial mediante el cual se le notificaba que el todavía presidente Gálvez, por enfermedad, había delegado la presidencia en el vicepresidente Julio Lozano.
En previsión de cualquier eventualidad, Rafael Heliodoro Valle acordó con su esposa Emilia que regresaría a México los primeros días de enero de 1955, una vez que el presidente Gálvez, ya repuesto de su enfermedad, entregara el poder a quien hubiese ganado las elecciones. No obstante, el 6 de diciembre de 1954 llegó la noticia proveniente de Honduras de que el vicepresidente Julio Lozano Díaz había dado un golpe de Estado para proclamarse “dictador constitucional”.
A la espera de la respuesta a su renuncia como embajador de Honduras en Washington, Valle dedicó los últimos días de 1954 a concluir las actividades académicas a que se había comprometido con el Ateneo Americano y a publicar algunos trabajos bibliográficos, literarios e históricos.
Aunque su estado de salud y los acontecimientos de Honduras lo perturbaron, no interrumpió sus compromisos culturales: en enero de 1955 participó en la celebración de los 150 años de independencia de Haití y redactó su obra histórica titulada Historia de la imprenta y el periodismo en Honduras; en marzo publicó su Bibliografía de Sebastián de Aparicio, obtuvo la beca Rockefeller para redactar el trabajo Historia de las ideas contemporáneas en Centroamérica, y recibió la nominación para ocupar la Secretaría General de la Unión Panamericana.
La carrera diplomática de Rafael Heliodoro Valle llegaba a su fin. Durante los seis años que había servido a su patria como embajador, su salud se había deteriorado poco a poco. El 3 de marzo de 1955 llegaba la aceptación de su renuncia como embajador, firmada por el presidente en turno Julio Lozano. Lamentablemente las nuevas autoridades hondureñas basaban sus argumentos para destituirlo en una campaña de desprestigio que contra él había emprendido el periódico El Pueblo de Tegucigalpa. Éste lo llamaba traidor a la patria, por una acotación que Rafael Heliodoro Valle había incluido en la sección “Gazapos” —que mantenía en forma permanente en el diario El Día de su natal Honduras—, a un artículo publicado en el mismo rotativo, donde se aseguraba que el problema limítrofe con Nicaragua todavía no se había resuelto.
Valle recibió por teléfono la confirmación, pues se encontraba dictando una serie de conferencias en Nueva Orléans y, al enterarse de que había un cablegrama para él procedente de Tegucigalpa, pidió al agregado civil de la embajada, licenciado Daniel Matamoros, que lo leyera. Éste era el mensaje: “Queda aceptada su renuncia como embajador en los Estados Unidos y en nombre del Jefe Supremo se le prohíbe terminantemente ocuparse del asunto de límites entre Honduras y Nicaragua”.
Las autoridades hondureñas en ningún momento le ofrecieron explicación alguna ni le dieron al ex embajador la oportunidad de pedirla. Algunos meses después, en octubre de 1955, en la ciudad de México, Rafael Heliodoro presentó una “Exposición a la opinión pública de América”, en ella hacía un análisis y una presentación histórica de los motivos respecto por los cuales el gobierno de su país lo había hecho víctima de esa injusticia.
Acompañado de su esposa, Emilia Romero de Valle, el poeta regresó a su antigua casa de San Pedro de los Pinos, en la ciudad de México, no sin antes haber recibido toda clase de agasajos y despedidas de la comunidad hispanoamericana, así como de la intelectualidad estadounidense residente en Washington. El Ateneo Americano le tributó un homenaje. En su tribuna hablaron ponderando las virtudes intelectuales del hondureño todos los que, secundando su idea inicial, impulsaron con él tan importante foro.
En cuanto la comunidad académica e intelectual de México supo de la llegada de Rafael Heliodoro Valle las invitaciones para que se reintegrara a la cátedra, al periodismo, a la investigación histórica, literaria y bibliográfica, y a los acostumbrados eventos académicos, como conferencias, congresos y mesas redondas, no se hicieron esperar, el escritor Salvador Azuela le propuso también trabajar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y en el Instituto México-Interamericano de Relaciones Culturales.
Lamentablemente, por problemas de salud, no pudo reintegrarse plenamente a sus tareas académicas e intelectuales, entre ellas sus cátedras. No obstante, siguió dedicado a sus actividades periodísticas, literarias, y a la investigación histórica y bibliográfica. Rafael Heliodoro Valle también siguió brindando asesoría a cuanto estudioso de las disciplinas mencionadas se acercó a él en busca de consejo, de un determinado manuscrito, de una bibliografía particular y de un acervo específico. Además ante las autoridades universitarias y gubernamentales correspondientes, promovió la asignación de becas, especialmente para estudiantes hondureños de escasos recursos que deseaban venir a México a realizar estudios o cursar alguna especialidad.
Como uno de los hombres más enterados de cuestiones americanas, plasmó en la labor periodística de sus últimos cuatro años la erudición, la gracia, el estilo iridiscente y la sutileza que le fueron característicos, así como la probidad y la veracidad en la información, es decir los dos elementos propios de la ética periodística que siempre estuvieron presentes en sus artículos, reportajes y columnas.
Esa integridad en su profesión de periodista, lo impulsó a rechazar en 1952 la más alta condecoración argentina, que le ofreció el presidente Juan Domingo Perón. El hondureño rehusó el reconocimiento porque el gobierno peronista había intervenido el diario La Prensa de Buenos Aires, en el que había colaborado gran parte de su vida.
En el campo del periodismo hispanoamericano, Valle conquistó un sitio único. Todos sus colegas reconocían no sólo sus cualidades ya señaladas, sino también la extraordinaria rapidez con que redactaba sus notas y el estilo impecable de las mismas. En su vida como articulista usó más de cien seudónimos; los principales de ellos son éstos: Luis G. Nuila, Pico de la Mirándola, Orosmán Rivas, Ángel Sol, Próspero Mirador, Argos y El Licenciado Vidriera. Fueron suyas las columnas “Cosmópolis”, “Periferia de México”, “América tiene la palabra”, “Nuestra América”, “Esta América de sangre cálida”, “Gazapos” y “Columna de Humo”.
En 1957, un numeroso grupo de periodistas, entre los que había gran cantidad de hombres de letras, historiadores e intelectuales, se reunieron para ofrecer un homenaje a Rafael Heliodoro Valle por haber cumplido cincuenta años en el periodismo y en la vida literaria. Lo organizó el Centro Mexicano de Escritores que presidía el doctor Julio Jiménez Rueda; a él se adhirieron Alfonso Reyes, Jorge J. Crespo de la Serna, Francisco de la Maza, Javier Icaza, Manuel Peña Alonso, Manuel Becerra Acosta, José Ángel Ceniceros, Efrén Núñez Mata, Hernán Robleto, Salomón Kahan, Alberto María Carreño, Alfredo Cardona Peña, Salvador Azuela, Luis G. Basurto, Wilberto Cantón y José de Jesús Núñez y Domínguez, entre otros.
Estos destacados intelectuales no sólo premiaron la labor de un hombre de letras que jamás había abandonado el periodismo activo y que había hecho de esa profesión un centro de interés vital, sino también el tiempo de servicio en las filas del diarismo americano. El homenaje fue expresión admirativa para un intelectual que durante medio siglo había hecho uso del periódico con el fin de estimular a mucha gente de letras, para consolidar prestigios y exaltar la calidad de las letras americanas.
Al homenaje únicamente asistieron cuatro hondureños residentes en México: el doctor Guillermo Alvarado, la novelista Paca Navas de Miralda, el licenciado Víctor Eugenio Castañeda y el actor Francisco Aguilar Cerrato.
Las actividades de Rafael Heliodoro Valle en las letras y en la historia durante sus últimos años (1955-1959) arrojaron como fruto las siguientes obras: Flor de Mesoamérica, relato; Flor de plegarias y Oro de Honduras, antologías; Poemas, La sandalia de fuego y Ánfora sedienta, poesía; Páginas olvidadas de Martí, Jesuitas en Tepotzotlán, Guadalupe, prodigio de América y Fray Junípero Serra y su apostolado en México, historia; Bibliografía de Hernán Cortés, Bibliografía de Landívar y Bibliografía de Sebastián de Aparicio, y Exposición a la opinión pública de América, análisis político.
Su labor bibliográfica derivó de su amor al libro, pasión que lo constituyó en uno de los especialistas más significativos de nuestra América. En Valle se despertó desde muy temprano el deseo de leer y fueron innumerables las páginas que sus ojos recorrieron. Después, sumergido en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Biblioteca Nacional de México, la Biblioteca del Congreso de Washington y la de la Unión Panamericana, entre otros repositorios no menos importantes, no desperdició la oportunidad de obtener cuanto dato e información deseaba. En esta faceta se aprecian varios aspectos: desde el rescate de fichas bibliográficas extraviadas, hasta la organización de la bibliografía monográfica, en que fue capaz de reunir multitud de títulos desconocidos, pasando desde luego por la crítica y la reseña de libros, y, en ocasiones, por la publicación de artículos aislados o en serie, todo este material podría servir para elaborar un sinfín de obras.
En 1957, el nombre de Rafael Heliodoro Valle pesaba todavía en la plataforma política de Honduras. Su extraordinario desempeño en Washington lo ponía al frente de los embajadores en otras latitudes. Por ello, al instaurarse en Honduras la Junta Militar de Gobierno el 21 de octubre de 1956, ésta lo designó, por vía de su ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Fidel Durón, enviado extraordinario y plenipotenciario de Honduras en el Perú.
El responsable de la diplomacia hondureña conocía el afecto de Valle por la tierra de los incas, su fraterna amistad con los escritores peruanos de la época y el hecho de que Lima era la cuna de doña Emilia Romero de Valle, todo lo cual hacía suponer que el autor del libro Visión del Perú aceptaría el nombramiento. La Junta Militar de Gobierno emitió el acuerdo de ley correspondiente; sin embargo, el doctor Rafael Heliodoro Valle declinó cortésmente mientras la legación instalada en la ciudad de los virreyes en 1952 no fuera ascendida a la categoría de embajada, puesto que él ya había sido titular de la de Washington durante seis años consecutivos.
A su violenta destitución como embajador atribuía Valle la pérdida acelerada de su salud en los últimos cuatro años de vida. Víctima de cuadriplejía, el 29 de julio de 1959 falleció en el Instituto Nacional de Cardiología de la ciudad de México, donde recibía la atención profesional de su amigo el famoso cardiólogo Ignacio Chávez.
El entonces presidente de México, Adolfo López Mateos, le concedió al recién fallecido la condecoración de la Cruz del Águila Azteca. El ataúd fue cubierto con la bandera del Primer Congreso de Estudiantes Mexicanos, al que había asistido el poeta cuando era uno de los alumnos más sobresalientes de la Escuela Normal de Maestros.
A los funerales celebrados el 30 de julio acudió un numeroso grupo de intelectuales, académicos y hombres de letras encabezados por el doctor Jaime Torres Bodet. Ante la tumba hablaron el licenciado Manuel Tello, ministro de Relaciones Exteriores de México, el doctor Alberto María Carreño, Alfredo Cardona Peña, Arturo Arnaiz y Freg, Luis Sánchez Pontón y el hondureño Guillermo Alvarado.
La obra ciclópea de Rafael Heliodoro Valle resultó inconclusa. En su mesa de trabajo quedaron pendientes varias bibliografías, entre ellas la de Benito Juárez y la de Francisco Morazán, la Historia de Honduras y Las relaciones diplomáticas del Perú, Anales del mole de Guajolote y Paisajes mexicanos: infinidad de temas e infinidad de posibilidades, todos relacionados con América y en especial con México, con sus riquezas naturales y sus caudales espirituales, con sus personajes y hechos históricos, en titánica empresa por echar vastos cimientos a una nueva y magna conciencia americana, a una gran cultura nutrida de savias ancestrales indígenas y españolas, y de las mejores corrientes universales contemporáneas. Pero quedaron otras obras ya mencionadas en esta biografía, entre las que sobresalen las dedicadas a México, ejemplo de intenso agradecimiento de un hombre al país de su predilección, al que devolvió con magnanimidad sus dones.
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